Asistimos a un mandato que guía desde los albores de la institucionalidad. Todo gobernante debe de asumir el ejercicio de su función pública, con auténtico espíritu de apertura.
Después, el protocolo alcanza algunas máximas que responden a pilares básicos de una esperable convivencia: hospitalidad sin distingos de clase alguna y mirada ancha al recibir a invitados, personalidades o sencillamente; gente común.
En esto último, se anida verdaderamente, la condición de servidores públicos con innegable vocación, tanto en los presidentes como en los intendentes.
Después, esa misma historia arroja las valoraciones que la misma gente realiza; del desempeño de quien debido a una coyuntura nos gobierna.
El jefe comunal salteño recibe a diario en su despacho, a un extensísimo entramado comunitario. Lo hace porque tiene el deber de hacerlo, pero fundamentalmente; lo lleva adelante porque siente la necesidad de estar en contacto con sus gobernados.
Sabemos, que trata de inculcar igual postura a integrantes de su gabinete y que siempre ha pretendido direcciones flexibles al diálogo.
Abrirse es vida y encerrarse es negarse a ser y a dejar de ser un poco cada día. A manera de ejemplo, el Intendente recibe en su oficina de Uruguay y Juan Carlos Gómez, a instituciones, organizaciones sociales, deportivas, culturales y académicas, empresarios e industriales, comerciantes autoridades del Departamento y nacionales.
Ese profundo estigma del encuentro cara a cara, lo lleva incorporado desde que desanda la actividad política. Nada lo cambiará. Ninguna circunstancia.
A la ciudadanía global, nos queda comprenderlo o no. Quizá manifestarnos y opinar, pero no será distinto a como él quiera ni de la manera que pretendamos que ocurra.
Todo esto nos conduce a la tolerancia colectiva. Dejé pasar algunos días tras su encuentro con los pastores evangélicos y sopesé todas las valoraciones y disquisiciones que fueron vertidas.
Las diversas instituciones religiosas, sus diferentes denominaciones, los pastores o los sacerdotes, sus fieles y sus creencias han contribuido a conformar desde siempre la sociedad uruguaya.
Han aportado a la construcción de la idiosincrasia y la definición de laicidad no está en juego. No tiene nada que ver y no nos debe impedir encontrarnos. Y todo lo que sucedió, absolutamente todo; fue eso.
Es el mismo Intendente que a finales de setiembre recibió, en el mismo despacho al nuevo obispo de la iglesia católica para la diócesis de Salto, monseñor Fernando Gil y que asistió a la Catedral a participar de la celebración de ordenación.
Todo por su investidura. La televisación de casi tres horas lo registró todo. Sin embargo, nada de cuanto ocurrió allí provocó más tarde una disputa acerca de su proceder, si debió o si no debió.
La riqueza de la diversidad nos hace mejores y nos abre al mundo. Las sensaciones son muy gratificantes.
La vida política de la máxima referencia ejecutiva y administrativa de Salto hoy ha vuelto a encontrar trampas ante su pasaje.
Y una vez más, nada de lo ocurrido tiene que ver con el desempeño de la gestión de gobierno de su formidable y compenetrado equipo de trabajo.